jueves, 10 de septiembre de 2009

Acto seguido

Había una vez, en alguna ocasión algunas personas se reunieron en torno a su humanidad, él comenzó de nuevo un cuento, uno muy especial… igual que los demás, como todos especiales como todos únicos, como todos llenos de sentimientos, que tan solo tal vez serían relevantes para sí mismo.
Palabras que jamás nadie habían escuchado surgieron de su boca… los muertos para su tumba, nosotros… para la rumba! No había cuentos urbanos sobre el tema, nadie jamás quiere escuchar un cuento sobre la muerte, sobre tristezas o sobre penurias. Sin embargo él siguió con su cuento - fue en una ocasión en la que conoció a un gran amigo, un gran compañero que terminó por matarse en medio de los efectos de la vareta y el redbull, en una moto, buscando su muerte en cada curva que tomaba, a más de 120…
A su entierro llegaron conocidos y desconocidos… los que se tomaron un trago con él y los que solo compartieron un salón de clase, su familia y por supuesto los sapos también… muchos lloraron, otros maldijeron “porqué un muchacho de ventitantos debe morir… no es justo…”
Sin embargo en ese momento él… su amigo comprendió algo… al morir alguien no lloramos por su ausencia… no! Lloramos porque al morir un cercano no muere él, morimos nosotros, mueren nuestras memorias depositadas en él… lloramos porque somos nosotros los que desaparecemos, nadie recordará lo que paso entre los dos, nadie tendrá certeza que esas historias fueron verídicas, nadie podrá saber si estuvimos vivos… al morir un cercano muere una parte de nosotros…
Será por eso que los indígenas latinoamericanos celebran la muerte de sus cercanos, porque en medio de todo saben que es una parte de ellos la que se reúne con los ancestros para rememorar por siempre las andanzas que tenemos en este camino de la tierra…
Muchas gracias – dijo – los aplausos de mutuo convenio… la moneda de agradecimiento y así una vez más… nuestro narrador dio por terminada una historia.